lunes, 29 de julio de 2013

El Papa Francisco recuerda a periodistas enseñanzas de la Iglesia sobre homosexualidad

VATICANO, 29 Jul. 13 / 12:10 pm (ACI).- En el vuelo de regreso a Roma procedente de Brasil, el Papa Francisco sorprendió a lo s periodistas con una rueda de prensa en la que respondió a sus inquietudes. En la última pregunta abordó el tema del lobby gay y recordó las enseñanzas de la Iglesia sobre los homosexuales. 
 
"Se escribe mucho del lobby gay. Todavía no me encontrado con ninguno que me dé el carné de identidad en el Vaticano donde lo diga. Dicen que los hay. Cuando uno se encuentra con una persona así, debe distinguir entre el hecho de ser gay del hecho de hacer lobby, porque ningún lobby es bueno. Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para criticarlo? El catecismo de la Iglesia católica lo explica de forma muy bella esto. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby. De esta tendencia o lobby de los avaros, de los políticos, de los masones... Tantos lobbys. Este el problema más grande", dijo el Papa según una transcripción difundida por el diario El Mundo de España.
 
Lo que enseña el Catecismo
 
En la Tercera Parte del Catecismo, titulada "La Vida en Cristo", el Catecismo de la Iglesia Católica aborda el tema de la homosexualidad. Reproducimos el texto oficial a continuación.
 
Castidad y homosexualidad
 
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
 
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
 
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
 
Aquí puede leer el texto oficial del Catecismo:

lunes, 22 de julio de 2013

Pablo, Apóstol de los Gentiles, HOY

“Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).

Desde entonces era un hombre verdaderamente nuevo y totalmente movido por el Espíritu Santo para anunciar el Evangelio con poder. Saúl desde ahora se llamará con el nombre romano: Pablo.  El por su parte nunca descansó de sus labores. Predicación, escritos y fundaciones de iglesias, sus largos y múltiples viajes por tierra y mar (al menos cuatro viajes apostólicos), tan repletos de aventuras, podrán ser seguidos por cualquiera que lea cuidadosamente las cartas del Nuevo Testamento. No podemos estar seguros si las cartas y evidencia que han llegado hasta nosotros contienen todas las actividades de San Pablo. Él mismo nos dice que fue apedreado, azotado, naufragó tres veces, aguantó hambre y sed, noches sin descanso, peligros y dificultades. Fue preso y, además de estas pruebas físicas, sufrió muchos desacuerdos y casi constantes conflictos los cuales soportó con gran entusiasmo por Cristo, por las muchas y dispersas comunidades cristianas.

Tuvo una educación natural mucho mayor que los humildes pescadores que fueron los primeros apóstoles de Cristo. Decimos “educación natural” porque los otros apóstoles tuvieron al mismo Jesús de maestro recibiendo así una educación divina. Esta también la recibió San Pablo por gracia de la revelación. Siendo docto tanto en la sabiduría humana como en la divina, Pablo fue capaz de enseñar que la sabiduría humana es nada en comparación con la divina: 

“Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría.” Rm 12,16.

“A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por la Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.” Rm 16,25-27

En su nueva vida el Señor lo envió lejos, a predicarles a los gentiles. Su prédica se hizo sentir incluso en el Areópago de Atenas a donde encontró, entre los monumentos sagrados, un altar con la inscripción “Al Dios desconocido”  y referido a esto le dijo a los sabios griegos que sobre “lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles” (Hch 17, 22).

La vida nueva del cristiano: El creyente es un hombre en busca de "un conocimiento". “Pero en otro tiempo, cuando no conocíais a Dios, servíais a los que en realidad no son dioses. Mas, ahora que habéis conocido a Dios, o mejor, que Él os ha conocido, ¿cómo retornáis a esos elementos sin fuerza ni valor, a los cuales queréis volver a servir de nuevo?” (Gal 4, 8-9).

El Apóstol presenta ese conocimiento como el fin y el objeto de la renovación de todo bautizado, aquello a lo cual tiende. En otros términos, ese conocimiento es lo que da una orientación, un sentido a su vida de creyente. El cristiano es introducido en una novedad de vida a la que debe conformar su obrar, su conducta.

Es así que el evangelio de Pablo, su predicación, es la del Crucificado resucitado, que en su muerte y resurrección nos salva; la del Hijo de Dios constituido por la resurrección; la del Nuevo Adán, principio de la nueva humanidad; la de Cristo, Espíritu vivificante, ser fuente que se realiza comunicando nueva vida a la humanidad.

Pablo predica que por el bautismo participamos realmente de la muerte y resurrección de Cristo y nos hacemos beneficiarios de los frutos de la resurrección: un vencimiento definitivo del pecado y la muerte y una vida nueva de hijos del Padre para construir en comunidad el Reino de Dios.

Pablo hoy: una tarea pendiente



El Beato Alberione, al escoger a san Pablo como inspirador de su obra apostólica, recoge algunas enseñanzas que continúan presentes:

* Pablo es el perfecto interprete de Cristo, Maestro divino, que ha unido en sí mismo la santidad y la misión.

* Como incansable caminante del Evangelio, es el modelo del comunicador del Evangelio, a cuyo servicio puso todos los medios a su disposición: las cartas, el correo, las rutas del imperio romano, la capacidad de relacionarse con hombres y mujeres de pueblos y culturas diversas, urgido por la pasión por la Palabra salvadora.


* Sobre todo lo fascinaba la personalidad de Pablo: su madurez, su vida interior, siempre lanzado hacia delante, porque lo que queda por hacer, es mucho más que lo ya realizado.

jueves, 18 de julio de 2013

Basílica San Pablo Extramuros


 
La Basílica de San Pablo Extramuros es, después de San Pedro, la iglesia más grande de Roma. Imponente y monumental, se destaca más aún por el amplio espacio que la separa de los edificios circundantes. Surgió en la primera mitad del siglo IV por voluntad del emperador Constantino, en el lugar que la tradición indica como la tumba del Apóstol Pablo. Cada año se clausura solemnemente -el 25 de enero, día de la conversión de san Pablo- la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.


Ubicación: en la romana vía Ostiense. Fuera de las murallas de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro y cerca de "Las tres fontana", donde San Pablo fue martirizado. 

El edificio de Constantino
En el año 313 el Emperador Constantino promulgó el Edicto de Milán, con el cual le puso fin a las persecuciones contra los cristianos e les otorgó la libertad de culto, favoreciendo así la construcción de lugares de oración.

Es así como el lugar del martirio de San Pablo, meta de peregrinaciones ininterrumpidas desde el primer siglo, fue monumentalizó con la creación de (un edículo) una pequeña basílica, de la cual se conserva ahora sólo la curva del ábside. Se debería tratar de un pequeño edificio de tres naves probablemente y en el que, cerca del ábside, estaba la tumba de San Pablo, ornamentada con una cruz dorada.
 
La espléndida Basílica de los Tres Emperadores
La pequeña iglesia de Constantino resultó ser demasiado chica ante el gran flujo de los peregrinos, y por ello se consideró necesario destruirla para dar lugar a una basílica más grande y cambiarle la orientación, del este al oeste.

La Basílica de San Pablo, con su imponente estructura bizantina, es la más grande basílica papal de Roma después de San Pedro en El Vaticano; tiene 131, 66 m de longitud, 65 de ancho y 30 m de altitud. Tiene cinco naves (la nave central mide 29, 70 y está flanqueada por cuatro naves laterales), sostenidas por una “selva” de 80 columnas monolíticas en granito.

Del siglo IV al VIII
Los Papas, testimoniando el amor de la Iglesia por este lugar, no dejaron de restaurarlo y embellecerlo con la añadidura de frescos, mosaicos, pinturas y de capillas, a lo largo de los siglos: León el Grande (440 – 461) mandó cubrir con mosaicos el Arco Triunfal, reedificó el techo y ordenó la realización de la famosa serie de retratos de tondos con retratos de los papas, hechos en mosaico, que recorren todas las arcadas de la nave central; Hoy en día pueden verse estos retratos, en un friso que se extiende sobre las columnas que separan las cuatro naves, pasillos y el transepto. El retrato del Papa Benedicto XVI está ya colocado e iluminado en su correspondiente lugar. Algunos de los retratos de la serie de los retratos originales, pintados al fresco, se conservan en el monasterio benedictino y en el museo anexo de la Basílica.

El Papa Símaco, en el siglo VI, mandó reestructurar el ábside y reconstruir pequeñas habitaciones para los peregrinos pobres. Desde hace más de trece siglos, por voluntad del Papa Gregorio II (715 – 731) los monjes benedictinos custodian la tumba de San Pablo, atendiendo pastoralmente con el carisma monástico, la Basílica del Apóstol de las Gentes. El Papa León III (795 – 816) mandó poner la primera losa de mármol tras el terremoto del 801.

Del siglo IX al XI
El Papa Juan VIII (872-882) fortificó la basílica, el monasterio, y los alojamientos de los campesinos, formando la ciudad de Joannispolis. El Papa Gregorio Magno, que fue abad del monasterio antes de ser elegido Papa, mandó a realzar el enlosado del transepto y edificar un campanario, destruido después en el siglo XIX. Otra obra importante durante su pontificado fue la colocación, en la entrada de la Basílica, de una espléndida puerta bizantina formada por 54 paneles con ataujías de plata y realizada por artistas de Constantinopla.

La edad de oro
Durante el siglo XIII la Basílica se enriqueció prodigiosamente de obras de arte: Inocencio III mandó arreglar el gran mosaico del ábside (el cual tienen una longitud de 24 m, y una altitud de 12 m.), se iniciaron las obras para construir el espléndido claustro del Maestro Vassallectus, y en el año 1285 se erigió el magnífico baldaquino gótico de Arnolfo de Cambio. El monumental candelabro para el Cirio Pascual, que es una verdadera columna honoraria con una altura de 6 metros aproximadamente, está totalmente ornamentado por bajorrelieves de estilo románico inspirados en la decoración de los sarcófagos y que expresan diversas historias del Nuevo Testamento.

Desde siempre, esta Basílica fue meta incesante de fieles y peregrinos provenientes de todas partes del mundo, para venerar al "Apóstol de los gentiles", que con su palabra y sus escritos contribuyó - en los primeros años de vida de la Iglesia- a la difusión del mensaje cristiano en modo determinante. A fines del primer Año Santo del 1300, fue incluida en el itinerario jubilar para obtener las indulgencias. La Basílica quedó prácticamente intacta en su aspecto extraordinariamente sugestivo de templo patriarcal paleocristiano, hasta inicios del siglo XIX. En 1823 fue destruida casi completamente por un terrible incendio, provocado por el descuido de los vigilantes en la restauración del techo. A León XIII le tocó la ardua tarea de iniciar la reconstrucción de la Basílica. En los trabajos de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo IV) con esta inscripción: "A San Pablo, Apóstol y Mártir".  Los trabajos continuaron activamente bajo el pontificado de Pío IX que el 10 de diciembre de 1854 consagró la nueva Basílica.

La entrada a la Basílica de San Pablo se hace hoy como antiguamente, a través de un atrio precedido por un jardín. El atrio con sus 70 metros de lado y sus 150 columnas, es más solemne y amplio. En el jardín, entre flores y palmeras, se destaca la estatua de un San Pablo severo, obra de José Obici. El apóstol tiene en una mano la espada, símbolo de su martirio, y en la otra mano el libro que subraya su actividad de mensajero de la Palabra de Dios, escrita y proclamada. Pablo es el apóstol al que en modo especial se debe la difusión de la fe cristiana en el mundo greco-romano. Sus cartas y el texto bíblico de los "Hechos de los apóstoles" nos dan abundantes noticias sobre su vida, su pensamiento y su actividad. Ninguno de los apóstoles tiene una existencia tan documentada como San Pablo. Pablo nació en Tarso, un pueblo de Cilicia (actual Turquía), aproximadamente en el año 10 de la era cristiana. Al inicio fue un perseguidor convencido y encarnizado de la joven Iglesia. Convertido por Cristo, que se le apareció en el camino de Damasco, se transformó en el mensajero más decidido de la fe cristiana. Sus predicaciones lo llevaron a Chipre, Panfilia, Pisidia y Licaonia. La tradición indica que San Pablo murió decapitado aproximadamente en el año 67, en Roma. Las reliquias del Santo mártir de Cristo se veneran hoy en la cripta de la Basílica a él dedicada.
 
 
La Tumba de San Pablo

lunes, 1 de julio de 2013

Benedicto XVI y el Naufragio de Pablo

“Del naufragio [de san Pablo], surgió para Malta la suerte de tener la fe; de este modo podemos pensar también nosotros que los naufragios de la vida forman parte del proyecto de Dios para nosotros y pueden ser útiles para nuevos inicios de nuestra vida”, así se manifestó el Papa Benedicto XVI en el avión a los periodistas camino de su viaje a Malta que ha concluido este domingo, 19 de abril. Las palabras del Papa parecen una guía en su firme liderazgo de la Iglesia ahora que los casos de abusos sexuales destapados recientemente han provocado numerosos y desmedidos ataques al Vaticano.

“Ha concluido el Año Paulino de la Iglesia universal –explicó Benedicto XVI-, pero Malta festeja 1950 años de su naufragio y ésta es para mí una ocasión para subrayar una vez más la gran figura del apóstol de las gentes, con su mensaje importante, precisamente para hoy. Creo que puede sintetizarse la esencia de su viaje con las palabras que él mismo resumió al final de la Carta a los Gálatas: ‘la fe opera en la caridad’”.

El Santo Padre se dirigió en la misa del domingo a los malteses instándoles a conservar la fe que llegó a la isla con san Pablo, y que, afirmó, “fue el mayor de todos los dones que han llegado a estas costas a través de la historia de sus gentes”.

Ante los miles de personas congregadas en la gran plaza Granai de Floriana, el Papa recordó el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, proclamado poco antes, que narra el dramático naufragio de Pablo en las costas de Malta.

“La tripulación del barco, para salir del apuro, se vio obligada a tirar por la borda el cargamento, los aparejos e incluso el trigo, que era su único sustento. Pablo les exhortó a poner su confianza sólo en Dios, mientras la nave era zarandeada por las olas”, explicó el Papa.

“También nosotros debemos poner nuestra confianza sólo en Dios. Nos sentimos tentados por la idea de que la avanzada tecnología de hoy puede responder a todas nuestras necesidades y nos salva de todos los peligros que nos acechan. Pero no es así”.

“En cada momento de nuestras vidas dependemos completamente de Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Sólo él nos puede proteger del mal, sólo él puede guiarnos a través de las tormentas de la vida, sólo él puede llevarnos a un lugar seguro, como lo hizo con Pablo y sus compañeros a la deriva ante las costas de Malta”, afirmó el Papa.

El Papa se encuentra con las víctimas de abusos de sacerdotes

El Papa Benedicto XVI mantuvo un encuentro, este domingo, con algunas víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes y religiosos en Malta.

Así lo informó un comunicado difundido por la Santa Sede, en el que se aborda el encuentro del Papa, en la Nunciatura Apostólica de Malta con “un pequeño grupo de personas que han sufrido abusos sexuales por parte de miembros del clero”.

El Papa, subraya la nota, “quedó profundamente impresionado por sus historias y expresó su vergüenza y su dolor por lo que las víctimas y sus familias han sufrido”.

“Rezó con ellos y les aseguró que la Iglesia está haciendo, y seguirá haciendo, todo lo que esté en su poder para indagar sobre las declaraciones, llevar ante la justicia a los responsables de los abusos e implementar medidas eficaces dirigidas a salvaguardar a los jóvenes en el futuro”.

El pasado 13 de abril, el mismo arzobispo de Malta y presidente de la Conferencia Episcopal maltesa, monseñor Paul Cremona, se había encontrado de forma privada con un grupo de víctimas de abusos sexuales.

Proteger la identidad cristiana

“Nunca dejéis que vuestra verdadera identidad se vea comprometida por el indiferentismo o el relativismo”, ha sentenciado el Papa Benedicto XVI al despedirse de los malteses una vez concluido la visita pastoral que ha durado 27 horas.

“Sed dignos hijos e hijas de san Pablo”, exhortó el Santo Padre en su último discurso. Del Apóstol, náufrago en la isla hace 1950 años, procede la identidad espiritual de los malteses: “Sed profundamente conscientes” de ella –les invitó el pontífice-, “sed ejemplo de vida cristiana”, “sentíos orgullosos de vuestra vocación cristiana”, “mirad al futuro con esperanza”, “con reverencia por la vida humana y gran estima por el matrimonio y la integridad de la familia”.

NAUFRAGIO DE SAN PABLO, MALTA

Por la tarde del mismo martes 3 de junio nos dirigimos a la San Paul’s Bay, bahía del naufragio de San Pablo. Partiendo de La Valletta y bordeando la costa hacia el oeste se llega, después de 17 km, al otrora pequeño puerto de pescadores y hoy muy poblado centro turístico. Su historia está íntimamente relacionada con la vida de San Pablo que desembarcó aquí en el año 60 tras el naufragio que nos narran los capítulos 27 y 28 de los Hechos de los Apóstoles. Fue aquí donde milagrosamente surgió una fuente para saciar su sed y la de los náufragos (hoy se puede visitar la Ghajn Razul, Fuente del Apóstol), fue aquí donde arrojó la serpiente al fuego (hoy se alza la Iglesia de tal-Huggiega o Iglesia de la Hoguera), y desde aquí fue llevado a presencia del gobernador romano Publius como lo veremos más tarde. Siglos más tarde, en esta bahía desembarcó el conde normando Roger I en el 1090 poniendo fin a la dominación árabe. También aquí desembarcaron los 18.000 soldados árabes que en el siglo XV intentando invadir la isla. Según la tradición, el mismo San Pablo fue visto descender del cielo montado a caballo y con la espada desenvainada en defensa de los malteses, como lo ha representado Mattia Preti en un cuadro que se conserva en la Catedral de Mdina.

El capítulo 27 de los Hechos de los Apóstoles contiene aquella célebre parte del diario de san Lucas que Josef Holzner, llama “el capítulo náutico”. Este documentado biógrafo de San Pablo no fue el único a quedar impresionado por las descripciones y la precisión del relato; entre otros, el héroe de la marina inglesa, Nelson, lo leyó la mañana de la batalla naval de Trafalgar; el Dr. Breusing, en su libro “La náutica de los antiguos”, lo llama “el más precioso documento náutico que nos ha conservado la antigüedad, el cual sólo puede haber sido compuesto por un testigo ocular”. Seguiremos el relato de Holzner.

Había pasado el tiempo de los equinoccios y el otoño del año 60 ya estaba bastante avanzado. No se podía diferir ya por más tiempo el transporte de presos a Roma, para no tener que invernar en el camino. Fue encargado de llevar a Pablo ante el Cesar el centurión romano Julio de la “cohorte augusta”, esto es de la tropa imperial. Julio eligió un buque mercante que iba a Adrumeto en Misia, Asia Menor. Allí esperaba alcanzar una nave que fuese a Italia. Cuando la nave zarpó de Cesarea de Filipo y se fue separando del continente asiático, Pablo sabía bien lo que le amenazaba. Conocía por experiencia los trabajos de una tan larga navegación, y esta vez entre cadenas. La náutica era todavía muy imperfecta, había muy pocos instrumentos. La brújula no estaba aún descubierta, y se veían obligados a observar la posición del sol y de las estrellas. Las grandes travesías estaban suspendidas durante el invierno, porque era imposible la observación de las estrellas por causa del nublado. En el otoño el Mediterráneo oriental es agitado frecuentemente por furiosas tempestades del oeste y con las anchas y bastas naves de carga era entonces imposible un viaje hacia el oeste. El hombre antiguo temía y odiaba al mar. Era para él el caos. El dios del mar, Neptuno, era un dios lleno de perfidia y sed de venganza.

La nave de Pablo, a causa de la lucha permanente contra los vientos de oeste, no pudo seguir su curso y con la ayuda de las corrientes marinas y los vientos de la costa logró con mucho trabajo, pasando junto a Chipre, llegar hasta Mira, en la punta sudoeste del Asia Menor. Para esto necesitaron quince días. El centurión Julio hizo un convenio con otra nave de carga para llevar a los presos. Como capitán de la policía imperial obtuvo también con esto el mando de la nave. Había a bordo 276 personas. La nave, muy cargada (a veces solían llevar hasta dos mil toneladas) luchaba con dificultad contra el viento noroeste. Después de tres semanas desde la partida de Cesarea sólo habían llegado a la altura de Cnido. Ahora comenzó la parte más difícil. Querían doblar el proceloso cabo de Matapán, la punta sur del Peloponesio, para llegar al mar Jónico. Pero fueron rechazados, y arrojados en dirección occidental yendo hacia el sur, rodeando la isla de Creta. Esta isla tiene una longitud de más de doscientos kilómetros y ofrece protección contra las tempestades que vienen del Archipiélago. Llegaron, pues hasta el puerto Laloí Limenes (= puertos hermosos), junto a Lasea. Era una ancha bahía con dos islas situadas delante de la embocadura, una de las cuales conserva aún hoy una pequeña capilla de san Pablo. Decidieron esperar allí a que el tiempo fuera más favorable.

Había pasado ya el tiempo del gran ayuno, la fiesta de la Expiación (Yom Kippur) que aquel año fue el 28 de octubre. El centurión tuvo una consulta con el patrón de la nave, con el capitán y el timonel, a la cual fue invitado también Pablo. Éste desaconsejó la continuación del viaje y propuso invernar allí; pero el patrón se resistía a la idea de perder su cargamento pues no había graneros y decidieron intentar llegar al puerto de Fénix, mejor provisto. Un viento traidor del sur sacó la nave de la bahía. Pero apenas doblaron el cabo de Matala dirigiéndose al norte, cuando observaron con espanto cómo el sagrado monte de los dioses, el Ida, se ponía su peligrosa blanca toca de nubes y una terrible borrasca, un viento nordeste semejante a un tifón, se precipitaba sobre la nave. “¡El eurakylón! ¡El eurakylón!”, gritaron todos despavoridos. Una espumosa ola que se elevó hasta el cielo, azotó la costa roqueña, rebotó después y echó la nave fuera, como un juguete, al furioso mar. Amainaron entonces las velas y soltaron el timón. Alejada algunas millas de la costa estaba la pequeña isla de Cauda, bajo cuya protección se pudo a lo menos levantar el bote de salvamento, arrastrado antes por la nave. Ésta ya estaba sobre un monte de agua, ya rodaba a la profundidad. Como sólo la parte media de la nave era apoyada por el agua en la cima de las olas, mientras la parte anterior y posterior estaban suspendidas en el aire, la nave amenazaba partirse bajo su propia carga. Por eso liaron alrededor de la nave una gruesa maroma para impedir que se rompiese. Esto se llamó el cinturón de la nave. Se pasó una noche con mucho temor.

Ahora amenazaba un nuevo peligro. Como ya no sabían orientarse, temían encallar en los grandes bancos de arena de la costa del norte de África. Los marineros echaron por la popa cuatro áncoras con el fin de retardar la marcha. El patrón sacrificó una parte del cargamento y todos los pertrechos superfluos de la nave. Pero vino lo peor: días de negra desesperación, en los que los mismos expertos marineros abandonaron toda esperanza. La oscuridad es el más terrible enemigo del hombre. Durante varios días no se pudo ver el sol ni las estrellas. Cualquiera orientación era imposible. San Lucas escribe en su diario: “Había desaparecido toda esperanza de salvación”. Desde hacía días nadie había ya comido nada. Lucas, el médico del navío, tuvo mucho que hacer. Pablo estaba en oración. Si la situación era para desesperar, Cristo estaba con él: “No temas, Pablo, tú has de comparecer ante el Cesar, y he aquí que Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo” (Hechos 27,24). Luego vio en sueños una isla que emergía del mar, la cual nunca había visto, y una nave hecha pedazos en el peñasco. “A esta isla – dijo la voz – habéis de ser arrojados”. La imagen desapareció y Pablo se despertó. Pablo estaba seguro de su causa, veía siempre ante sí su estrella: ¡Roma!. “Tened buen animo”, dice a los marineros, “yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho” (v.25). La noche decimocuarta fueron arrojados a aquella parte del mar entre Grecia y Sicilia, que los antiguos llamaban “Adria”. Repentinamente resonó hacia medianoche un grito: “¡Tierra!” Echan la sonda y hallan una profundidad de 20 brazas (37 metros) y poco después de 15 brazas (27,5 metros). Para reducir la marcha de la nave y hacer que no se haga pedazos en un escollo, dejan caer por la popa cuatro áncoras al fondo. La tensión de los marineros, que eran mercenarios, durante esa noche fue grande. Pablo oyó un sospechoso cuchicheo y ruido. Un grupo de marineros quería huir en el bote de salvamento. Pablo corre presuroso al centurión: “Si éstos no permanecen en el navío vosotros no podéis salvaros”. Julio mandó a los soldados que cortasen las amarras del bote. Así se aseguró la necesaria unidad de las fuerzas.

Los navegantes estaban debilitados. Pablo prometió a todos la salvación. Era el momento de tomar alimentos y fortalecerse. Se hizo traer pan, dio solemnemente gracias a Dios por él en presencia de todos, partiólo y empezó a comer. Todos siguieron su ejemplo. Al amanecer vieron a través de la lluvia gris una ensenada cerrada por acantiladas rocas con una playa arenosa. Aquí quisieron hacer entrar la nave. No sabían que la prolongación del promontorio del norte en la ensenada había sido separada de la isla por la actividad de las grandes mareas y formaba una isleta de por sí, unido con el cuerpo de la grande isla por un estrecho canal, y que el flujo forzado a pasar por este estrecho había echado en medio de la ensenada ocultos bancos de arena. Soltaron las amarras, izaron la vela delantera y se enderezó el curso a la ensenada. Entonces súbitamente una terrible sacudida conmueve a todo el cuerpo de la nave, de modo que los navegantes caen revueltos y se produce un siniestro crujido y estallido en todas las junturas. La nave se hundió por la proa profundamente en la arena. Por el rebote y la violencia de las olas se quebró la popa, el lado de la parte posterior del buque. El agua entró formando un remolino. La nave estaba perdida. Los viajeros se habían apiñonado angustiosamente en la proa. No quedó más remedio que salvar la vida nadando. Y ahora, cuando la salvación estaba tan cerca, amenazaba el último y peor peligro. Los soldados tenían la obligación de no dejar escapar a ninguno de los presos y preguntaron al centurión si dar muerte a los presos. El centurión que estimaba a Pablo, mandó desatar las cadenas de los presos dando esta orden: “Sálvense cada cual como pueda”. La fantasía se resiste a describir la escena de cómo 276 hombres, agotados por el hambre, frío y humedad, hacen los últimos esfuerzos para salvarse en medio de un mar borrascoso y del furioso oleaje.