LA
ELECCIÓN DE SAN PABLO
Elección
gratuita
Lo primero que encontramos es la gracia
de Dios[1].
Cuando pablo reflexiona sobre todo lo sucedido, no puede contener una oleada
emoción. “Fui blasfemo y perseguidor violento, mas fui recibido a misericordia”
(Cf. 1Tm 1,13). “Me ha llamado por medio de su gracia” (Cf. Ga 1,15). “Por
gracia de Dios soy lo que soy” (Cf. 1Co 15,10). Su elección es totalmente
gratuita; no entra para nada la razón; aún más: parece un desafío al buen
sentido. Por su parte sólo había puesto obstáculos, se había colocado en la
situación menos favorable. Pero Dios, el Creador, prefiere obrar a partir de la
nada. El omnipotente no depende del hombre cuando elige. Fue separado
(elegido), aun antes de nacer, como efecto de un don absoluto de Dios, de una
gracia sin preparación.
Pablo
de Tarso
Por los Hechos sabemos que Pablo nació a
comienzos de la era cristiana, en Tarso de Cilicia, “ciudad no ciertamente sin
prestigio” (cf. Hch 21,39). Pablo vivió en Jerusalén desde su infancia, asistió
a la escuela de Gamaliel (cf. Hch 22,3). Su profundo conocimiento del Antiguo
Testamento puede observarse ante todo en las argumentaciones “midrásicas” de su
epistolario (cf. Ga 3,6-14. 4,21-5,1; Rm 9,1-36). Pablo, recibió una formación
rígida respecto a la religiosidad y la ley judía (cf. Ga 1,13- 14; Flp 3,6). De
su juventud no sabemos más que el hecho de que, según Lucas, tomó parte en la
lapidación de Esteban (Hch 7,58; 8,1). El encarnizamiento de Pablo contra la
nueva “secta” que empezaba a formarse dentro del judaísmo se vio interrumpido
por el encuentro con Jesús resucitado en el camino de Damasco, la Sagrada
Biblia presenta la vocación de San Pablo en tres pasajes del libro de Hechos de
los Apóstoles: Hch 9,1-19; 22,5-16 y 26,9-18. Este encuentro representa el giro
fundamental de la vida de Pablo, aun cuando él mismo lo describe, actualizando
sobre todo la llamada profética de Jeremías, como una vocación más que como una conversión
[2](cf.
Ga 1,15-17. cf Jr 1,5), la palabra conversión debe ser correctamente entendida,
no se trata de pasar de una religión a otra. Pablo al adherirse a Cristo,
permanecía siendo Judío, y dentro del judaísmo más perfecto. En la misma triple
narración del encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco, Lucas utiliza
el vocabulario de la vocación más bien que el de la conversión.
Naturalmente, esto no significa que Pablo
no tuviera, como todo creyente, necesidad de convertirse, sino que de todas
formas esta “revelación” consiste en el reconocimiento de que Jesús es el
Mesías, que de él se deriva la vida y el don del Espíritu. Por otra parte,
pablo no tiene reparos en hablar de su “celo” por la Ley: Además, el
cristianismo del siglo I sigue formando parte de esa gran madre que era el
judaísmo: Pablo no pasó de una religión a otra.
Y en la carta a los Gálatas dice: “Cuando
Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no
conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y
después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago”. Las
Iglesias de Judea no me conocían pero decían: “El que antes nos perseguía,
ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir”. Y
glorificaban a Dios a causa de mí. Si lo que busco es agradar a la gente, no
seré siervo de Cristo.
Esta revelación representa el punto de
partida y el centro de la acción misionera de Pablo que, a través de tres
viajes, llega a las principales regiones del Imperio romano, fundando las
comunidades cristianas de Galacia, Éfeso y Colosas en Asia, de Tesalónica y
Filipos en Macedonia, de Corinto en Acaya. Los tres viajes misioneros se
desarrollan entre finales de los años 40 (por el 47-49) y finales de los años
50 (57-58). Entre el 58 y los comienzos de los años 60 Pablo es llevado como
prisionero a Roma para sufrir allí un proceso, ya que después de su
encarcelamiento en Jerusalén había apelado a sus derechos de ciudadano romano.
Casi seguramente sufrió el martirio bajo
el emperador Nerón (60-63).
Durante sus permanencias proyectadas u
obligadas, debido a la estación invernal, Pablo escribe sus cartas dirigidas a
las comunidades fundadas durante sus viajes, excepto la carta a los Romanos,
enviada a una comunidad no fundada por Pablo. Bajo su autoridad figuran 13
cartas que pueden subdividirse así[3]:
1.
Escritos a los
Tesalonicenses:
primera y segunda carta a la comunidad de tesalónica.
2.
Grandes escritos: primera y
segunda carta a los corintios, carta a los gálatas y carta a los romanos.3. Escritos de la cautividad: carta a los filipenses, carta a los colosenses, carta a los efesios y carta a Filemón.
4. Escritos pastorales: primera y segunda carta a Timoteo y carta a Tito.
Además, la
crítica contemporánea exegética confirma la no paternidad paulina de la Carta a
los Hebreos.
Conversión
en el camino para Damasco[4]
Por Caravaggio, en la Iglesia de Santa
María del Popolo, en Roma. En las obras de arte y en la creencia popular se
tiene la imagen de que Pablo cayó de su caballo, cuando ni en las epístolas
paulinas ni en los Hechos de los Apóstoles se menciona la caída de un caballo.
Podría tratarse, pues, de un anacronismo. Según el libro de los Hechos de los
Apóstoles, luego del martirio de Esteban, Saulo Pablo se dirigió a Damasco,
hecho que los biblistas tienden a situar en el término del año subsiguiente a
la lapidación de Esteban.
Pablo mismo presentó esta experiencia
como una “visión” (1Co 9,1), como una “aparición” de Jesucristo resucitado (1Co
15,8) o como una “revelación” de Jesucristo y su Evangelio (Ga 1, 12-16; 1Co 2,
10). Pero nunca presentó esta experiencia como una “conversión”, porque para
los judíos “convertirse” significaba abandonar a los ídolos para creer en el
Dios verdadero, y Pablo nunca había adorado a ídolos paganos, ni había llevado
una vida disoluta. Los biblistas tienden a acotar a un marco muy preciso el
significado del término “conversión” aplicado a Pablo. En realidad, cabe que
Pablo interpretara que tal experiencia no lo hacía menos judío, sino que le
permitía llegar a la esencia más profunda de la fe judía. Por entonces, el
cristianismo aún no existía como religión independiente.
Existen varios puntos sin resolver
respecto de este relato. Por ejemplo, en 1Co 9,1 Pablo señaló que “vio” a
Jesús, pero en ningún pasaje de los Hechos (Hch 9,3-7; 22,6-9; 26:13-18) ocurre
tal cosa. Más aún, los tres pasajes de Hechos no coinciden en los detalles: si
los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por tierra; si
oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a Pablo “en idioma
hebreo”, pero citando un proverbio griego (Hch 26,14). Sin embargo, el núcleo
central del relato coincide siempre:
— Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues?
— ¿Quién eres
tú, Señor?— Yo soy Jesús (de Nazaret), a quien tú persigues.
En otra de sus epístolas afirmó: Y en
último término [Cristo resucitado] se me apareció también a mí, como a un
abortivo. 1Co 15, 8-9
Como resultado de esa “experiencia”
vivida en el camino a Damasco, Saulo de Tarso, hasta entonces dedicado a
“perseguir encarnizadamente” y “asolar” con “celo” a la “Iglesia de Dios” según
sus propias palabras (Ga 1,13; Flp 3,6), transformó su pensamiento y su
comportamiento. Pablo siempre habló de su condición judía en tiempo presente
(2Co 11,22; Ga 2,15; Flp 3,3-6) y señaló que él mismo debía cumplir las normas
dictaminadas por las autoridades judías (2Co 11,24). Probablemente nunca
abandonó sus raíces judías, pero permaneció fiel a aquella experiencia vivida,
considerada uno de los principales acontecimientos en la historia de la
Iglesia.
¿Qué
nos enseña la vida de San Pablo?
Nos enseña la importancia de la labor
apostólica de los cristianos. Todos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo
comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde
viva, y de diferentes maneras. Nos enseña el valor de la conversión, a hacer
caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida
dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado, a dar un valor real
a la elección que ha hecho Dios en nosotros, pues él nos ha elegido.
Esta conversión
siguió varios pasos:
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la
conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.
2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor
de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como
Hijo de Dios. 3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.
4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.
Estos mismos pasos son los que Cristo
utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta
personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las
circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta
al llamado de Jesús.
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