LAS EPÍSTOLAS PAULINAS
Las cartas auténticas
Son
un conjunto de escritos neotestamentarios conformado por las siguientes obras:
Ø
la
Primera epístola a los tesalonicenses
Ø
la
Epístola a los filipenses
Ø
la
Primera epístola a los corintios
Ø
la
Segunda epístola a los corintios
Ø
la
Epístola a los gálatas
Ø
la
Epístola a Filemón
Ø
la
Epístola a los romanos
Este
corpus de epístolas auténticas es único en más de un sentido:
Porque
se conoce a ciencia cierta su autor, y su autenticidad resulta reconocida
ampliamente desde el análisis científico-literario actual.
Porque
su fecha de redacción es la más antigua de los libros del Nuevo Testamento,
apenas 20-25 años posterior a la muerte de Jesús de Nazaret, y probablemente
anterior incluso a la de los evangelios en su versión definitiva conocida hoy,
por lo que constituyen documentación de carácter capital en cualquier análisis
sobre los inicios del cristianismo.
Porque
ninguna otra personalidad del Nuevo Testamento se conoce a nivel semejante a
través de sus escritos.
Aunque
las cartas tuvieron por función inmediata abordar problemas resultantes de
situaciones concretas, es muy verosímil que las comunidades a las cuales estas
cartas estuvieron dirigidas las hayan atesorado, y que prontamente las
compartieran con otras comunidades paulinas.
Así,
resulta altamente probable que hacia fines del siglo I estos escritos ya
existieran como corpus, resultante del trabajo de una escuela paulina que
recopiló sus cartas para conformar el legado escrito del Apóstol.
Las epístolas pseudoepigráficas
Existe,
además de las cartas de Pablo, un conjunto de escritos epistolares que se
presentan como suyos pero que la crítica moderna, conocedora del fenómeno de la
pseudoepigrafía típico de las obras antiguas orientales y griegas, atribuye a
diferentes autores asociados con Pablo.
Se
trata de las siguientes obras:
Ø
la
Segunda epístola a los tesalonicenses
Ø
la
Epístola a los colosenses
Ø
la
Epístola a los efesios
Ø
la
Primera epístola a Timoteo
Ø
la
Segunda epístola a Timoteo
Ø
la
Epístola a Tito
El
hecho de que se sugiera que estos escritos canónicos son pseudoepigráficos o
deuteropaulinos, lejos de quitarle notoriedad al Apóstol la incrementaron,
porque significa que una «escuela», quizá ya establecida en torno al mismo
Pablo y depositaria de su legado, recurrió a la autoridad del Apóstol para
validar sus escritos.
Datación de las cartas
La nomenclatura corriente
entre el epistolario paulino es la siguiente, seguida de la cronología
aproximativa en su redacción:
a) Cartas iníciales:
1 Tesalonicenses
|
año 50
|
2 Tesalonicenses
|
año 51
|
Filipenses
|
año 52
|
b) Grandes
cartas:
1 Corintios
|
año 56
|
2 Corintios
|
año 57
|
Gálatas
|
año 57
|
Romanos
|
año 58
|
c) Cartas de la cautividad:
Colosenses
|
año 60
|
Efesios
|
año 61
|
Filemón
|
año 62
|
d) Cartas pastorales:
1 Timoteo
|
año 65
|
Tito
|
año 66
|
Timoteo
|
año 67
|
El
orden de las cartas de San Pablo en el Nuevo Testamento es simplemente un orden
de longitud, de número de capítulos. Se inicia con la carta a los Romanos (16
capítulos.) y se termina con la de Filemón (1 solo capítulo). La datación de la
carta a los Filipenses es discutida: hay quien la coloca en el año 53, y quien
la incluye dentro del grupo de la cautividad, y sería de los años 61-62.
San
Pablo no se propuso, en principio, escribir un cuerpo epistolar que contuviera
su doctrina o sus enseñanzas. Él iba predicando incansablemente el misterio de
Cristo y sólo en determinadas circunstancias se decidió a escribir algunas
cartas para resolver algún problema, para responder a algunas preguntas que le
hacían o para dilucidar cuestiones en el decurso de su apostolado, para aclarar
puntos conflictivos o para alentar e instruir comunidades o discípulos en
momentos determinados.
La
importancia de estas cartas se captó inmediatamente entre la comunidad
cristiana, tanto que eran consideradas superiores a la misma palabra del
Apóstol (2Co 10, 10) y no siempre fáciles en su lectura: San Pedro confesará
que en las cartas de Pablo hay "algunos puntos de difícil
inteligencia" (2 Pe 3, 15-16).
Como
era el uso en aquel tiempo, Pablo se servía normalmente de un amanuense que
escribía el texto de la carta al dictado de Pablo. Conocemos incluso el nombre
de uno de éstos. Tercio, que escribió la carta a los Romanos. En otras
ocasiones Pablo escribía hacia el final algunas frases o palabras de su propia
mano (Gál 6, 11) y naturalmente, terminada la carta, extendía su firma
autógrafa. Pablo era consciente del valor de sus escritos y por esto quería que
fuesen leídos, no solamente por sus destinatarios sino también por otras
Iglesias (1 Tes 5, 27; Col 4, 16).
Algunas
cartas de Pablo parece se hayan perdido. Tenemos el testimonio del mismo
Apóstol que habla de ellas: por ejemplo una carta, llamada "de las
lágrimas" escrita a los Corintios. "Les escribí en una gran aflicción
y angustia de corazón, con muchas lágrimas" (2 Cor 2, 4). Otra carta,
enviada a los cristianos de Laodicea, en Asia Menor: "Una vez que hayan
leído esta carta entre ustedes, procuren que sea también leída en la Iglesia de
Laodicea. Y por su parte, lean también ustedes la que les venga de
Laodicea" (Col 4, 16-17). Parece que estas cartas se hayan luego agrupado
en otros escritos de Pablo, por ejemplo "la carta de las lágrimas" en
la segunda carta a los Corintios, o que la misma carta a los Efesios fuese la
carta a los Laodicenses, como una carta pastoral escrita a diversas
comunidades.
Tanto
los evangelios como las cartas de San Pablo son los documentos más importantes
del Nuevo Testamento. Gráficamente podríamos decir que los evangelios narran e
interpretan la vida de Jesús desde su anunciación y nacimiento hasta su muerte
y resurrección. La muerte y resurrección son la meta y el punto culminante
histórico y teológico del misterio de Cristo.