lunes, 28 de octubre de 2013

CRISTO EN EL PENSAMIENTO DE ROMANO GUARDINI

LA IMAGEN DE CRISTO EN ROMANO GUARDINI
I.-      LA IMAGEN DE CRISTO EN LOS TRES PRIMEROS EVANGELIOS


El hijo del Hombre
Ø  En los sinópticos primero vemos a quienes están dirigidos para tener una visión de porque los evangelistas escribieron de tal o cual manera. Así Marcos se dirige a los cristianos de la gentilidad de Antioquia. Mateo a los judeocristianos y Lucas al ancho mundo mediterráneo.
Ø  Mateo da gran valor a los discursos del Señor. Lucas nos habla sobre todo de la infancia del Señor y de su madre.
Ø  La figura de Cristo está totalmente dentro de la revelación. Pero vista en su existencia histórica, en tierra, tiempo y ambiente.
Ø  Los tres primeros Evangelios nos pintan al Señor que va de camino, que come y duerme, cura a los enfermos, bendice a los niños, lucha con sus enemigos y cumple su destino.
Ø  Son evangelion, buena nueva, predicación de la salud que nos vino por Cristo.
Ø  Narran historia real, acontecimientos sucedidos, palabras habladas. Y lo hacen en su peculiar estilo; es decir, de manera que aparezca sobre todo clara la corporeidad del Señor.
Ø  La figura de Cristo en los sinópticos contiene ya en sí todo el misterio que se desenvuelve en Juan y Pablo. La de los sinópticos está aún encerrada en el cuerpo, muestran al Señor en la contemporaneidad, en la convivencia y compañía de los suyos.
Ø  La figura sinóptica de Jesús encierra ya todo el misterio de la plenitud divina.
Ø  Es un hombre real. Se le ve cansarse y descansar, sufrir y alegrarse. Acaricia a los niños, cuida de sus discípulos, resiste a sus enemigos. Por mucho empeño que se ponga en ello, no se llega a una psicología de Jesús. Jesús vive en el cuerpo.
Ø  De Jesús sólo hay una verdadera psicología: Comprender dónde termina lo explicable.
Ø  Es ciertamente una figura, infinitamente impresionante y convincente. Su figura tiene una inmensa fuerza formativa. Su obra se llama existencia cristiana, filiación divina, Iglesia. Pero esta figura se construye por el logos. El verbo produce la figura de Cristo.
Ø  En cada momento, de Jesús, también sobrepasa lo puramente humano.
Ø  El mismo gustaba de llamarse: “El Hijo del hombre”.
Ø  Jesús no quedó por su constitución confinado en lo religioso, de modo que no pudiera ser otra cosa que “religioso”. En él hay una libertad divina que quiere, una misión que manda y una voluntad que obedece.
Ø  En Jesús la naturaleza humana está a disposición del Hijo de Dios y éste se revela en ella.
Ø  En él no se da una evolución en el sentido usual de la palabra. No hay en Jesús inseguridades y victorias, roturas con lo pasado e íncipit vita nova.
Ø  En Jesús no hay nada semejante, y, sin embargo, su vida es tan plena; tan nueva, tan desbordante de toda medida.

El Redentor
Ø  Él existe, vive, manda. Él es la verdad y la salvación.
Ø  Aparentemente, la imagen de Cristo que nos ofrecen los tres primeros evangelios es muy sencilla, pero si hablamos de un real entender, no es tan sencilla.
Ø  Los sinópticos escribieron mirando desde el fin. Sus relatos no fueron consignados en el curso de los sucesos mismos, sino que preceden de una visión retrospectiva y estriban, consiguientemente, en la fe en el crucificado.
Ø  El reino de Dios está detrás de Cristo.
Ø  Jesús predica, exhorta, promete, obra signos para que los hombres crean. Los hombres se resisten. Jesús lucha por ellos, apremia, amenaza. El reino de Dios es poder de Dios, pero se dirige a la libertad.
Ø  El anuncio de la pasión. (Cf. Lc 9, 51 y Mt 16, 21). Y resucito al tercer día.
Ø  Los sinópticos nos hacen presentir lo que esperaba bajo la “sencilla” figura de Jesús, lo que era posible y no pudo realizarse.

II.-     LA IMAGEN DE CRISTO DEL EVANGELIO DE JUAN

Ser e Historia
Ø  Nos presenta una imagen de Jesús que se halla entre los sinópticos y Pablo.
Ø  Juan era un pensador empeñado y capaz de penetrar los fenómenos en su esencia (de Cristo).
Ø  Cristo es realidad, hombre.
Ø  Cristo es Logos, es el camino y la verdad y la vida. Es la luz y el amor. Es el que viene de arriba.
Ø  Juan se atrevió incluso a preguntar por la vida íntima de Jesús, que es la vida de Dios hecho hombre.
Ø  La imagen joánica de Cristo está iluminada por un largo preguntar y prensar nacido de la fe, el amor y la adoración.
Ø  Juan evoca una y otra vez la densidad personal, la vitalidad y corporeidad, lo histórico de Cristo.
Ø  Su evangelio contiene discursos que ahondan más y más profundamente en el misterio de Jesús.
Ø  Sus narraciones están llenas de vida y plasticidad, se nos narra con los más vivos colores de actualidad.
Ø  Por el vuelo de su espíritu, Juan es llamado águila. “Escudriña lo interior” y anuncia el misterio del corazón.
Ø  Juan es quien propiamente ha predicado el evangelio del Dios-hombre.

El Logos
Ø  Juan había visto al Señor, y él lo afirma con toda pasión. Juan vio, oyó, tocó con sus manos, y así su doctrina fue un testimonio de la realidad.
Ø  La imagen joánica de Cristo se entiende de lo presente y tangible hasta lo lejano e inaccesible.
Ø  Es significativo la imagen que Juan coloca de Cristo, en dos direcciones: “Arriba” es Dios en su gloria luminosa. “Abajo” es todo el que se rebela contra Dios. Lo oscuro y lo malo no admite al que viene de arriba.
Ø  Cristo viene a traer la luz y la vida.
Ø  El verdadero logos es Cristo.
Ø  El Hijo es la idea infinita de Dios, la plenitud de la esencialidad, del bien y el orden de la vida divina.
Ø  El logos es Aquel a quien yo conocí tan profundamente y me regaló su amor. En Él, el logos se hizo hombre.
Ø  En Jesús el logos se hizo carne. De ahí que sea capaz de erigir las dos grandes realidades cristológicas: la del logos y la de la carne.
Ø  El Dios-hombre no trae la luz, sino que Brilla Él mismo.
Ø  Este Cristo lo es todo. No trae, no da: es.
Ø  Juan trata de hacérnoslo comprender partiendo principalmente de dos grandes situaciones, opuestas entre sí con vivo contraste: Cristo que se enfrenta con sus enemigos y la Última Cena, en el círculo íntimo de los amigos.
Ø  Él viene de arriba, de la vida del Dios bueno. Se siente estrechísimamente unido con Dios.
Ø  La imagen de Jesús en san Juan viene del más vivo recuerdo. Todavía lo ve ante sí.
Ø  Juan amo a Jesús y descansó sobre su pecho.
Ø  Todo esto se condensa en aquellas amables escenas breves que atraviesan el evangelio joánico: pero por debajo llega a una profundidad insondable. Por arriba, a una altura no medible.


III.-    LA IMAGEN DE CRISTO DE LAS CARTAS PAULINAS INMEDIATAS

El Señor es Espíritu
Ø  Nos presenta una imagen de Jesús que se halla entre los sinópticos y Pablo.
Ø  Pablo construye una imagen de Cristo basado en el mensaje y la experiencia.
Ø  El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (2Co 3,17)
Ø  Por Cristo viene la gracia de Dios.
Ø  Cristo es Aquel por quien viene una libertad absolutamente positiva, es el aire que respira, la fuerza que lo sostiene, el suelo sobre que anda.
Ø  Jesucristo es más potencia operante, energía creadora, luz esplendente, vida que se da y produce.
Ø  Jesús es real Dios-hombre.
Ø  Jesús es fuerza creadora.

Cristo con Nosotros
Ø  Jesús de Nazaret, el Cristo y Logos, en que el Dios de la Antigua Alianza revela su voluntad de ser padre de los creyentes. Se abre el reino de Dios, se funda la Iglesia.
Ø  Cristo nos trae la libertad.
Ø  Cristo, “espíritu”, es el Jesús resucitado y glorificado en el Espíritu Santo, en posesión de toda la plenitud de su ser divino-humano.
Ø  Hecho todo gloria y poder, todo amor, luz y santidad.
Ø  Él está en todo y todo está en Él.
Ø  Ser cristiano significa tener parte en Él. Vivir como cristiano significa que Él aliente y obre en nuestro interior.
Ø  Cristo vive en la eternidad. Exento de todo cambio, “está sentado a la diestra del Padre”.
Ø  Él está al fin, aguardando, irrumpiendo en el tiempo, penetrado del sentimiento de la fe expectante. Y un día volverá de nuevo para poner remate a todo acontecer, celebrar el juicio e inaugurar la eternidad.
Ø  Cristo se agranda más allá del mundo. Por él ha sido creado todo. En él se encuentra todo. Él abraza también al hombre. Desde Él piensa el creyente al mundo.
Ø  Cristo es la ley por el que se rige el acontecer de las cosas humanas.
Ø  Cristo revela la figura cósmica.
Ø  Cristo está en el hombre y el hombre en Él.
Ø  Pablo dice: “en el hombre que se une por la fe al Señor entra una nueva forma: Cristo mismo resucitado en su estado espiritual.”
Ø  La virtud de Cristo opera también en la Iglesia. Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia.
Ø  Él es el principio el primogénito de entre los muertos, tiene la primacía de todas las cosas.
Ø  Cristo penetra desde el fin de los tiempos.
Ø  El mundo de Pablo está lleno de Cristo. Él está en todas partes.


IV.-   LA IMAGEN DE CRISTO EN EL APOCALIPSIS

El Señor de las cosas postreras
Ø  Presenta la imagen del poder de Cristo, quien aparece como el verdadero Señor, que lleva la omnipotencia en sus manos.
Ø  Cristo está contemplado como el trasunto del poder y del sentido. Como “el que fue, el que es y el que será”. Como el verdadero y único.
Ø  Él es y aguarda. En silencio. El silencio de Dios, Dios deja hacer.
Ø  En Él se anulan las leyes de la lógica terrena, porque en su figura penetra la eternidad. En Él se cumple todo sentido. Él lo es todo.

El Cristo eterno
Ø  Cristo no está aquí atado a las barreras de tiempo y especio, sino que surge continuamente de la libertad del puro movimiento del espíritu.
Ø  Él es maestro de Nazaret, pero nuevo, inasible, misterioso, el primero y el último.
Ø  Este Cristo es a par consuelo y amenaza. Es el Señor. Es la verdad pero también es el poder. Es el sentido, la idea, pero también la realidad. El será cuando nada terreno será ya; vencerá, juzgará, consumará.
Ø  Cristo glorioso, poderoso, dominador, el pantocrátor.
Ø  Juan dice: el verdadero poder es Cristo. Él lleva la luz de los suyos, el misterio de su vida, a ellos mismos. Él guarda lo santo de ellos en su mano. Él dirige su destino. Él es el Señor.
Ø  Cristo es el Señor del sentido y fin de las cosas.
Ø  Cristo es el que entra en combate contra toda impiedad, y alcanza la victoria. Su palabra es la verdad infinita.
Ø  Cristo es el juez.
Ø  El Cristo apocalíptico toma un nuevo carácter: no solo es el omnipotente, sino el que da a todo su sentido último. El que lo consuma todo.
Ø  Todo viene de Cristo y todo va a Él, como al corazón de la nueva creación.
Ø  Vida infinita brota de Cristo. Vida de gloria.
Ø  Cristo lo inflama todo de ardor divino. A Él se dirige el amor del universo. En Él se consuma y se torna eterno. Él sólo puede responder a este amor y abrazarlo enteramente.
Ø  Sí, vengo pronto.
Ø  Juan dice: Amen. Ven, Señor Jesús.


V.-     CRISTO EN ROMANO GUARDINI - COMENTARIO



                   Se ha analizado cuatro textos sobre Cristo en el pensamiento de Romano Guardini, iniciamos en los sinópticos, se ve a Jesús con una misma mirada, aunque en cada evangelio se muestra alguna peculiaridad ya sea por la mentalidad del autor del evangelio o por a quienes está dirigido. En general es un Cristo dentro de la revelación pero con una existencia histórica, terrena, un Cristo que estuvo con nosotros mostrando toda su naturaleza humana (comió, se cansó, tuvo sed, sana, bendice, etc.). Pero una Jesús que también sobrepasa lo puramente humano, que gusta llamarse “Hijo de hombre”. El anuncio de la pasión nos hace ver que era consciente de su misión pero también nos presenta una resurrección gloriosa.

                   En el cuarto evangelio ahonda más en el misterio de Jesús, llegando hasta lo lejano e inaccesible. Juan coloca a Cristo en dos direcciones: Arriba y Abajo. Jesús es el logos que se hizo carne. Por ello expresa a Cristo con lo más alto para el hombre: camino, luz, verdad y vida. La imagen de Cristo le viene del más vivo recuerdo, todavía lo ve ante sí.

                   Las cartas paulinas nos traen un Cristo que nos da libertad, hecho gloria y poder, todo amor luz y santidad. Además de darnos las pautas para poder vivir como verdaderos cristianos, un Cristo que está con nosotros para poder seguirlo, tener parte en Él. Una comunión plena, íntima, ser uno con él: Cristo está en el hombre y el hombre en Él. Pues Cristo opera plenamente en los hombres y en su Iglesia de la cual es cabeza. Ir en contra de la Iglesia es ir en contra de Cristo, en el encuentro de Damasco Cristo le pregunta: “¿Por qué me persigues?”. El mundo de Pablo está lleno de Cristo, está en todas partes para poder hallarle y ser uno con Él.

                   El apocalipsis, libro de carácter escatológico, la figura de Jesús penetra la eternidad. Él lo es todo, rompe la barreras del tiempo y el espacio. Cristo es el pantocrátor.  Es un juez justo, combate contra toda impiedad y sale victorioso. En Cristo apocalíptico cobra un nuevo sentido: el que lo consuma todo, todo llega a su cumplimiento en Él. Concluye con palabras que nos invitan a esperarlo, la parusía: Sí, vengo pronto. Y en Juan todos respondemos: Amen. Ven, señor Jesús.



lunes, 7 de octubre de 2013

Cristo en San Pablo



Para explicitar su recomendación, San Pablo se vale de una imagen sumamente expresiva —el cuerpo humano—, que siendo uno solo, tiene una gran variedad de miembros, cada cual con su función, y todos al servicio unos de los otros: “así nosotros, aunque seamos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo”.


Se trata de una realidad profunda, que constituye la doctrina revelada del Cuerpo Místico de Cristo, a la cual San Pablo alude de modo explícito también en otras de sus epístolas (1 Cor. 10, 17; 12, 12-27; Ef. 1, 13; 2, 16; 3, 6; 4, 4 y 12-16; Col. 1, 18 y 24; 2, 19; 3, 15). Según esta doctrina, la Iglesia no es un conglomerado amorfo de individuos, sino un cuerpo organizado, con diversos miembros y sus propias funciones, sobre los cuales Jesucristo ejerce una acción unitiva y vivificadora. Así, es perfectamente adecuada la expresión Cuerpo Místico de Cristo para designar a la Iglesia.

En los diversos textos mencionados, San Pablo resalta ya sea uno, ya sea otro aspecto de esta divina doctrina. Cuando quiere inculcar la necesidad de unión y colaboración entre los fieles, destaca que nuestra unión con Cristo es tal que forma con Él una unidad o cuerpo único. Empero, cuando necesita denunciar a los falsos predicadores que cuestionaban la posición única de Cristo, insiste sobre todo en que Él es la verdadera Cabeza —aunque invisible— de la comunidad cristiana, o sea, católica, apostólica y romana, punto de partida de todo el influjo vital en la Iglesia y su Jefe indiscutible.

Aquí cabe observar —no sin asombro— que concepciones erróneas acerca del Cuerpo Místico de Cristo recorren toda la historia dos veces milenaria de la Iglesia, a tal punto que el Papa Pío XII se sintió obligado a escribir una encíclica especial para refutar las falsas doctrinas en curso en los medios católicos de su tiempo, y que llegan hasta nuestros días. Se trata de la encíclica Mystici Corporis Christi, del 29 de junio de 1943, cuya lectura recomendamos a quien quisiera profundizar en el asunto.

La vida de Cristo en San Pablo lo transforma en hombre nuevo, lleno de la gracia, conocimiento de Dios. Es capaz de comunicar la vida de Cristo. Murió el "hombre viejo" (cf. Rm 6,6.11; Flp 3,10). Nace el "hombre nuevo" (2Cor 5,17; Gal 5,1). Ahora la vida de Cristo es su vida (cf. Col 2,12-13; Rm 6,8; 2Tim 2,11). Está plenamente identificado con EL (cf. Flp 3,12). Ofrece su vida con su Señor en su misterio de pasión, muerte y resurrección (Rm 6,3-4), para completar lo que falta en su propia carne a la pasión de Cristo (cf. Col 1,24). Está lleno de agradecimiento porque Cristo "se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20; cf 1,4; Ef 5,2; Jn 10,10).

Pablo es el libre prisionero de Cristo (cf. Hch 20,22); ya no se pertenece, sino que su vivir, amar y morir es Cristo Jesús (cf. Gal 2,20). Amar a Cristo es inseparable de amar a aquellos que le han sido confiados con el mismo amor de Cristo. Ese amor es superior a los meros esfuerzos humanos, es el amor divino que ha recibido, que no escatima en nada para llevar al amado a Cristo (cf. 1Cor 4,14-17; 2Cor 6,13; 11,2; 12,15; 1Tes 2,7.10-11; Fil 10; Gal 4,19).

Hemos llamado a la Iglesia el Cuerpo Místico de Cristo; “místico” es decir misterioso. Lo distinguimos así del cuerpo natural, que fue concebido en el vientre de Su Madre y nació en Belén, que fue clavado en la cruz, que está ahora a la diestra del Padre, y que recibimos bajo la apariencia del pan en la Sagrada Eucaristía. Los teólogos hablan del segundo cuerpo como del que sucede al primero, ya que en él nuestro Señor continúa actuando entre los hombres, como hacía en Su cuerpo natural durante Su corta vida en la tierra.

Llamar a la Iglesia el Cuerpo de Cristo no es más retórico que la frase dirigida a Saulo: la Iglesia no es sólo una organización que nos proporciona los dones que Él quiere darnos; pensar en Ella sólo como una sociedad fundada por Cristo no basta. Gracias a nuestra experiencia humana, podemos pensar en el cuerpo de un ser vivo para hacernos una idea más exacta de la Iglesia, ya que la esencia de todo cuerpo vivo es tener un principio de vida, por el que todos sus elementos viven una misma vida. Ser células vivas de un cuerpo del que el Señor es la cabeza constituye, por tanto, nuestra función más importante. Por ello, vamos a profundizar en ese hecho.

San Pablo, en Efesios 1, 22, afirma: “Le puso por cabeza de toda la Iglesia, que es su Cuerpo”. En otras palabras: Nuestro Señor, que vive en su Cuerpo natural en el Cielo, tiene otro Cuerpo en la tierra. Este no es una copia del primero, puesto que pertenece a otro orden, si bien ambos pueden ser llamados “Cuerpo” con la misma propiedad, y “Cuerpo de Cristo”. Todos los miembros, órganos y células de un cuerpo viven una misma vida, la vida de aquel a quien el cuerpo pertenece; lo mismo ocurre con el Cuerpo natural de Cristo, y lo mismo con su Cuerpo místico.

Pero ambas vidas son diferentes: vida natural en el primero, y vida sobrenatural —gracia santificante— en el segundo. Dentro de la Iglesia, cada miembro tiene su propia vida natural y debe esforzarse por corregir sus defectos; pero la vida de la gracia, por la que alcanzaremos la visión de Dios en el Cielo, es la vida de Cristo en nosotros, nuestra participación en su propia vida. “Yo vivo —dice San Pablo—; o, más bien, no soy yo el que vivo: es Cristo quien vive en mí”.

De la misma manera que tenemos células en nuestro cuerpo que viven nuestra vida, debemos convertirnos en células del Cuerpo de Cristo, que vivan su vida; debemos ser incorporados a Cristo, insertados en su cuerpo. ¿Cómo? Por el bautismo: Nacidos en la raza de Adán, hemos renacido en Cristo. Dice San Pablo a los Romanos: «Hemos sido insertados en Cristo por el bautismo» (6, 3); y a los Gálatas (3, 27): “Cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis vestido de Cristo (...) porque todos sois uno en Cristo Jesús”.

Eso es la Iglesia; eso significa pertenecer a Ella. Estamos insertados en la humanidad de nuestro Señor, hechos uno con El. Y esa humanidad es la de Dios Hijo, por la que estamos unidos a la segunda Persona y, a través de ésta, a la Trinidad entera. Descubrimos así un nuevo sentido en dos frases pronunciadas por el Señor en la Ultima Cena.

En el texto que ya hemos citado, ruega porque todos los que crean en El “sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 21; léase hasta el final del capítulo). Antes del principio del gran discurso, ya había enunciado la verdad en una sola frase: “Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros” (Jn 14, 20).

Sería una pena ser católico y no hacerse cargo de lo que eso significa, por lo mucho que nos estaríamos perdiendo. Ahora bien, saberlo puede resultar también aterrador, ya que, además de la vida sobrenatural que Cristo nos ha logrado, tenemos otra vida natural, y pocos de nosotros podemos jactarnos de triunfos espectaculares a la hora de armonizar ambas. Pero aun con nuestra mediocridad, tenemos una especial grandeza: no hay ninguna otra dignidad al alcance del hombre que pueda compararse a la que hemos adquirido cada uno de nosotros por el bautismo.