lunes, 26 de agosto de 2013

San Pablo en Malta

Las Islas de San Pablo (conocidas como Selmunett) son unos islotes planos y bajos que se encuentran en la Bahía de San Pablo en la Malta. Cuando la marea baja, las dos porciones se unen, razón por la cual también se le llama Isla de San Pablo. Su historia está íntimamente relacionada con la vida del santo que según cuenta la Biblia, desembarcó aquí en el año 60 tras un naufragio. Lugar de gran belleza y, parece ser, sitio de milagros.



Los capítulos 27 y 28 de los Hechos de los Apóstoles narran la historia de San Pablo quien vió saciada su sed por una fuente que milagrosamente surgió en esta bahía. Hoy la Fuente del Apóstol o Ghajn Razul recuerda ese “hecho”. Por esta misma zona, San Pablo arrojó una serpiente al fuego donde hoy se levanta la Iglesia de tal-Huggiega o Iglesia de la Hoguera y desde aquí fue llevado a presencia del gobernador romano Publius.

Siglos más tarde, en esta bahía desembarcó el conde normando Roger I en el 1090 poniendo fin a la dominación árabe. También aquí desembarcaron los 18.000 soldados árabes que en el siglo XV intentando invadir la isla. Según la tradición, el mismo San Pablo fue visto descender del cielo montado a caballo y con la espada desenvainada en defensa de los malteses, como lo ha representado Mattia Preti en un cuadro que se conserva en la Catedral de Mdina.

El capítulo 27 de los Hechos de los Apóstoles contiene aquella célebre parte del diario de san Lucas donde se cuenta detalladamente el naufragio. Fue en el otoño del año 60. Había que trasladar presos desde las colonias romanas del Mediterráneo hacia Roma. Pablo era uno de ellos, bajo la custodia del centurión romano Julio de la “cohorte augusta”. Salieron hacia Adrumeto en Misia, Asia Menor, donde esperaban alcanzar una nave que fuese a Italia. Cuando la nave zarpó de Cesarea de Filipo, el tiempo comenzó a revolverse. Todos los presos iban esposados. A pesar de la tormenta lograron llegar hasta Mira, donde el cargamento humano fue reembarcado en otra nave.

El mal tiempo les acompañó, echándolos a las playas de Creta donde Pablo aconsejó pasar el invierno, pero Julio debía llegar a Roma con su carga. Navegaron días y días llevados por la furia de las tempestades que los echaba hacia las costas africanas sin que pudieran gobernar la nave. Según la Biblia, Pablo pasaba los días en oración y fue entonces cuando recibió “un mensaje”: No temas, Pablo, tú has de comparecer ante el Cesar, y he aquí que Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo” (Hechos 27,24).

Y luego, como en las pelis, vio en sueños: “una isla que emergía del mar, la cual nunca había visto, y una nave hecha pedazos en el peñasco. “A esta isla – dijo la voz – habéis de ser arrojados”. A la mañana siguiente vieron una playa arenosa entre altas paredes acantiladas y al intentar llegar a ella, la nave encalló para comenzar a hundirse, y fue Julio quien ordenó desencadenar a los reos para que cada uno se salvara como pudiera. Y así llegaron a las costas de esta bahía de Malta, que hoy lleva el nombre del santo.

El cristianismo tiene casi 2000 años de historia en Malta. Según la leyenda, lo trajo a las Islas el mismísimo Apóstol San Pablo alrededor del año 60 después de Cristo. Pablo iba a ser llevado a Roma para juzgarlo por rebelde político pero el barco en el que viajaba junto con otras 274 personas fue sorprendido por un violento temporal que hizo que naufragara dos semanas más tarde en la costa maltesa. Todos los náufragos llegaron a salvo a tierra nadando.

El lugar del naufragio se conoce tradicionalmente como Isla de San Pablo y está marcado con una estatua que conmemora el acontecimiento.

La bienvenida que se dio a los supervivientes se describe en los Hechos de los Apóstoles, San Lucas, (capítulo XXVIII) y cuando ellos se marcharon se enteraron de que el nombre de aquella isla era Melita.

Y los bárbaros nos trataron con no poca amabilidad: porque encendieron un fuego y nos recibieron a todos. La referencia de ‘bárbaros' indica que aquellas gentes no hablaban ni latín ni griego, sino maltés, antiguo idioma derivado del fenicio.

Al encender el fuego, Pablo fue mordido por una serpiente venenosa pero no sufrió efectos adversos. Los isleños interpretaron esto como una señal de que Pablo era un hombre especial. Esta escena se describe en muchas obras de arte religioso de las Islas.

Según la tradición, el Apóstol San Pablo se refugió en una cueva, conocida en la actualidad como las Catacumbas de San Pablo en Rabat, Malta.

Durante su estancia invernal, el Apóstol fue invitado a la casa de Publio, que ostentaba la máxima autoridad Romana en las Islas. Fue aquí donde, según la tradición, Pablo curó al padre de Publio de una grave fiebre. Se cree que entonces Publio se convirtió al cristianismo y fue nombrado primer Obispo de Malta. También se cree que la Catedral de Medina está edificada en el lugar que ocupó la casa de Publio.

Independientemente de la leyenda, hay pruebas arqueológicas que demuestran con seguridad que Malta fue una de las primeras colonias romanas que se convirtió al cristianismo.


lunes, 19 de agosto de 2013

Existencia de Dios

EXISTENCIA DE DIOS

El argumento ontológico para la existencia de Dios es un razonamiento apriorístico que pretende probar la existencia de Dios empleando únicamente la razón; esto es, que se basa únicamente —siguiendo la terminología kantiana— en premisas analíticas, a priori y necesarias para concluir que Dios existe. Dentro del contexto de las religiones abrahámicas, el argumento ontológico fue propuesto por primera vez por el filósofo medieval Avicena en El libro de la curación, aunque el planteamiento más famoso es el de Anselmo de Canterbury en su Proslogion. Filósofos posteriores como Shahab al-Din Suhrawardi, René Descartes (muy conocido por aparecer en su Discurso del método) o Gottfried Leibniz ofrecieron versiones del argumento, e incluso una versión lógico-modal del mismo fue desarrollada por el lógico y matemático Kurt Gödel.

El argumento ontológico ha sido siempre un muy controvertido tema de la filosofía, no por pretender probar la existencia de Dios, sino por el modo en que lo hace. Muchos filósofos, entre los que se cuentan al-Ghazali, Averroes, David Hume, Immanuel Kant, Bertrand Russell y Gottlob Frege, lo han rechazado frontalmente, sin que necesariamente creyeran que Dios no existe; muchos de sus críticos, de hecho, han sido destacados religiosos (Santo Tomás de Aquino, Guillermo de Occam, fray Roger Bacon...).

En efecto, esta polémica surge del hecho de que el argumento analiza el concepto de Dios y afirma que el propio concepto implica la existencia de Dios. Si podemos concebir un Dios, entonces, razona, este debe existir. Así, la principal crítica al argumento suele ser que no ofrece premisa alguna a la demostración más allá de cualidades inherentes a la proposición no demostrada, conduciendo a un argumento circular en el que las premisas se basan en las conclusiones, las cuales a su vez se basan en las premisas, conformando una falacia por petición de principio.

Las principales diferencias entre las distintas versiones del argumento provienen principalmente de los diferentes conceptos de Dios que se toman como punto de partida. Anselmo, por ejemplo, comienza con la noción de Dios como un ser tal que nada mayor puede ser concebido, mientras que Descartes comienza con la noción de Dios como el ser poseedor de todas las perfecciones.

¿PUDE EL HOMBRE VIVIR SIN DIOS?

Contrario a lo que han afirmado los ateos, estetas, y epicúreos a través de los siglos, el hombre no puede vivir sin Dios. El hombre puede tener una existencia mortal sin reconocer a Dios, pero no sin Dios.

Como el Creador, Dios originó la vida humana. Decir que el hombre existe independientemente de Dios, es como decir que un reloj puede existir sin un relojero que lo fabricara, o que un escrito pueda existir sin un escritor. Debemos nuestra existencia al Dios a cuya imagen fuimos hechos. (Gn 1:27). Nuestra existencia depende de Dios, ya sea que reconozcamos Su existencia o no.

Como el Sustentador, Dios continuamente confiere vida (Salmo 104:10-32). Él es la Vida (Sn Jn 14:6), y toda la creación subsiste por el poder de Cristo (Col 1:17). Aún aquellos que rechazan a Dios, reciben su sustento de Él: “… que hace salir Su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” (Sn Mt 5:45) Pensar que el hombre pueda vivir sin Dios es suponer que un girasol pueda vivir sin luz o una rosa sin agua.

Como el Salvador, Dios da vida eterna a aquellos que creen. En Cristo hay vida, quien es la luz de los hombres (Jn 1:4). Jesús vino para que pudiéramos tener vida “en abundancia” (Jn 10:10). A todos los que ponen su confianza en Él, se les ha prometido vivir una eternidad con Él (Jn 3:15-16). Para que el hombre viva – realmente viva – debe conocer a Cristo (Jn 17:3).

Sin Dios, el hombre sólo tiene una vida física. Dios les advirtió a Adán y Eva, que el día que ellos lo rechazaran, “ciertamente” morirían (Gn 2:17). Como sabemos, ellos sí desobedecieron, pero no murieron físicamente ese día; sino que murieron espiritualmente. Algo dentro de ellos murió -la vida espiritual que habían conocido, la comunión con Dios, la libertad de gozar de Su presencia, la inocencia y pureza de sus almas—todo se acabó.

Adán, quien había sido creado para vivir en compañerismo con Dios, fue maldito con una existencia completamente carnal. Lo que Dios había planeado que fuera del polvo a la gloria, ahora debía ir del polvo al polvo. Al igual que Adán, en la actualidad, el hombre sin Dios, aún funciona en una existencia terrenal. Como tal, aún puede parecer feliz; después de todo, hay goce y placer en esta vida.

Hay algunos que rechazan a Dios cuyas vidas están llenas de alegría y diversión. Su búsqueda carnal parece haber producido una existencia gratificante. La Biblia dice que hay cierta medida de deleite que se obtiene del pecado (Hbs 11:26). El problema es, que éste es temporal; la vida en este mundo es corta (Sal 90:3-12). Tarde o temprano, el hedonista, como en la parábola del hijo pródigo, encuentra que el placer mundano es insostenible (Lc 15:13-15).

Sin embargo, no todo el que rechaza a Dios es un libertino. Hay mucha gente no salva, que aún así viven vidas sobrias y disciplinadas—vidas plenas y felices. La Biblia presenta ciertos principios morales, que benefician a todos en este mundo –fidelidad, honestidad, autocontrol, etc. Prov 22:3 es un ejemplo de tal verdad general. Pero, de nuevo, el problema es que, sin Dios, el hombre sólo tiene este mundo. Pasar por esta vida tranquilamente no es garantía de que estemos listos para la vida después de ésta. Ver la parábola del agricultor rico en Lc 12:16-21, y el encuentro de Jesús con el joven rico en Mt 19:16-23.

Sin Dios, el hombre está incompleto, aún en su vida mortal. San Agustín remarcó que el hombre no está en paz con sus semejantes, porque no está en paz consigo mismo, y que él está inquieto consigo mismo, porque no tiene paz con Dios.

La búsqueda del placer por el placer mismo, es señal de confusión interior; sin embargo, ésta es la fachada epicúrea de felicidad. Los buscadores de placeres a través de la historia, han encontrado una y otra vez que las diversiones temporales de la vida dan paso a una desesperación más profunda. Es difícil sacudirse la fastidiosa sensación de que “algo está mal.” El rey Salomón se entregó a la búsqueda de todo lo que este mundo tiene que ofrecer, y escribió sus resultados en el libro de Eclesiastés.

Salomón descubrió que el conocimiento, por sí mismo, es vano (Ecl 1:12-18). Encontró que el placer y la riqueza son vanas (2:1-11), el materialismo es vanidad (2:12-23), y las riquezas son efímeras (capítulo 6).

Salomón concluyó que la vida es regalo de Dios (3:12-13) y que la única manera sabia de vivir es temiendo a Dios: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda Sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (12:13-14)

En otras palabras, hay más por qué vivir que la dimensión física. Jesús enfatizó este punto cuando dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4:4). No es el pan (material) sino la Palabra (el espiritual) lo que nos mantiene vivos. Blaise Pascal lo puso de esta manera: “Es en vano, oh hombres, que busquen dentro de ustedes mismos la cura para todas sus miserias.” El hombre sólo puede encontrar vida y plenitud cuando reconoce a Dios.

Sin Dios, el destino del hombre es la muerte. El hombre sin Dios está espiritualmente muerto; cuando su vida física se acabe, él enfrentará una muerte continua—la eterna separación de Dios. En la narración de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro (Lc 16:19-31), el hombre rico vive una vida suntuosa de comodidades sin pensar en Dios, mientras que Lázaro sufre a través de toda su vida, pero conoce a Dios. Es después de la muerte, que ambos hombres comprenden la gravedad de las decisiones que tomaron en vida. El hombre rico “alzó sus ojos, estando en tormentos” (16:23) en el infierno. Él se dio cuenta, demasiado tarde, de que hay más en la vida que la satisfacción de los ojos. Mientras tanto, Lázaro era confortado en el paraíso. Para ambos hombres, la corta duración de su existencia terrenal palideció en comparación con el estado eterno de sus almas.

El hombre es una creación única. Dios ha puesto el sentido de la eternidad en nuestros corazones (Ecle 3:11), y ese sentido del destino eterno sólo puede encontrar su realización en Dios Mismo.


 Algunas escrituras a recordar y meditar: 

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Rm 8:26


Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Flp 4:13 


¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Rm 8:31 


¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Rm 8:35